Me echaron de México en 1975 cuando siendo
allí el represenrante de la agencia EFE, al Jefe del Estado Español se le
ocurrió matar a hierro a los que a hierro habían matado y el gobierno mexicano
quiso obtener notoriedad política expulsando de su territorio a los
representantes de empresas españolas.
Me expulsaron de México sin culpa propia
pero cuando me echaron de la Agencia EFE
fue como castigo de mi única y exclusiva respobsabilidad: cumplir 57 años.
Y, ¿cómo me echaron
de México y de EFE?
El ministro mexicano
de gobernación me ofreció la oportunidad de quedarme allí: “aquí tiene usted su
pais y su trabajo”—me dijo—“quédese en México para siempre o hasta que en
España hayan cambiado las circustancias políticas”.
Rehusé la oferta, y
dijo que comprendía mi decisión de aceptar la expulsión, porque había llegado a
México como periodista y quedarme supondría permanecer allí como político.
Era Septiembre y
nunca perdí contacto telefónico con las autoridades del pais que me había
expulsado: con el jefe de gabinete del ministro que me había comunicado la
expulsión negocié el envío de periodistas latinoamericanos de EFE para que
cubrieran unos Juegos Latinoamericanos que se iban a celebrar en la capital
mexicana.
Los periodistas le
llevaron a mi interlocutor unas camisas de Celso García que me había pedido.
En mi exilio español
me encargué de la información para el exterior sobre la agonía, muerte y
entierro del Caudillo y de aquella tragicomedia de la Marcha Verde, de cuyas
tribulaciones informé desde la confortable suite del hotel rabatí La Tour
Hassan.
(En lo de Franco, y
con el estupor del subdirector de entonces, García Gallego, llamé Dictador al
Caudillo, la primera vez que un medio español no clandestino lo hacía).
Muerto Franco y
desaparecidas con su muerte las trabas para reanudar las legalmente
inexistentes relaciones entre España y México que hasta tiempo más tarde siguió
considerando al de la República como único representante de España, la
dirección de EFE me pidió que regresara a la capital del pais que me había
expulsado tres meses antes.
El presidente
mexicano, Luis Echeverría, destacó a Nueva York
para que me dieran una bienvenida anticipada, a su ministro de
Información Fausto Zapata y al todopoderoso Emilio Azcárraga, quienes me dieron
el primer abrazo mexicano de mi regreso en “La Grenouille” de Manhattan.
El propio presidente escenificó mi regreso
abrazándome desde las escalinatas del edificio de un periódico, ante todos los
periodistas mexicanoas invitados al acto.
Hoy sonó mi celular
y me preguntó si yo era yo una secretaria a la que le habían encargado que
llamara a una lista de desconocidos para ella para qaue asistiéramos a la
inauguración de un Museo de EFE, en Madrid.
Soy consciente de la
imprescindible necesidad que tiene una agencia de prensa de invertir parte de
sus siempre escasos recurrsos en tener un museo.
¿Qué ex comentarista
y ahora presidente de una agencia de prensa, que por principio tiene prohibido
mezclar informacion y opinion, y todavía más condicionar la informacion con la
opinión, ignora la necesidad de un museo?
En definitiva, que
después de meditar profundamente durante un segundo la posibilidad de madrugar
para subirme a un tren en Palma del Río hasta Córdoba, embarcarme allí en un
AVE, sentirme como gallina en corral ajeno entre aves de distinto plumaje del
que teníamos los pájaros de mi tiempo, dormir en cama ajena y no en la propia,
y rajar de la exótica ocurrencia del museo, mejor me quedo en casa.
Y, además, porque si
puedo evitarlo, no vuelvo al Paraíso del que me hayan expulsado. Adán no pudo y
yo no quiero.
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