Este mundo que nos hemos fabricado los
únicos capaces de cambiarlo, los que cometemos el error de someter el instinto
a la razón, va manga por hombro.
Una prueba
evidente es que los hombres, que nos comemos a las vacas estamos siemprte
descontentos, mientras que las vacas a las que el destino marcó como alimento
del hombre, nunca se quejan.
Llevamos ya
una larga temporada en la que los muertos de hambre, que llegan a donde nos sobra la comida, nos
muelen a palos en cuanto se hartan de comer la comida que es nuestra.
Así que, o
dejamos de decir tonterías como esa de que todos somos las víctimas del
instinto de los hambientos que los mataron o nos callamos y nos dejamos comer
cuando el turno nos llegue.
Queda otra
alternativa: que no entre donde la comida sobra nadie que no esté harto de
comer, y a punto de apoplejía por tanto nutriente engullido en su casa, o
callarnos prudentemente hasta que nos llegue el turno de que, fatalmente, nos
maten y nos coman.
La muerte,
según algunos de los que solo la conocen en teoría, es lo peor de todos los
males.
Pero opiniones
no contrastadas porque ninguno de los asesinados ha podido corroborarlas,
sostienen que lo malo de verdad, lo peor de lo peor, es que el asesino se mee
en el cadáver de la víctima.
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