Hay gente que es
lo que es sin percatarse de que lo son hasta que un diagnóstico médico o un
título académico certifican que son lo que ignoraban que eran.
Por ejemplo, el
periodista.
Hay personas
normales y decentes a las que les gusta leer los periódicos, ver los
telediarios o escuchar por radio las noticias.
Hasta que un día
lee en el periódico “Pueblo” que la Escuela de Periodismo convoca exámenes de
ingreso para estudiar periodismo.
Se va a Madrid, se presenta al examen, lo
aprueba, se tira los años más excitantes de su vida hasta entonces, sólo
superados después por los que se dedicó a ejercer el periodismo y le pagaran
por eso.
Antes de que
leyera en Pueblo el anuncio que cambió su vida,
era insaciable por saber lo que desconocía, e irrefrenable su acuciante
necesidad de contárselo a mientras más gente mejor.
Era periodista sin
saber que lo era.
La Escuela de
Periodismo le sirvió para recibir un título académico que acreditara que era
periodista y para fomentar el corporativismo de clase, que consiste en defender
al compañero periodista si su defensa lo beneficia.
Pero, ¿cómo llega
a periodista el que ya lo era desde que nació?
Exactamente igual
que el aprendiz de zapatero se hace zapatero.Aprendiendo a usar la chaveta y a
untar con cerote los hilos con los que cosen los zapatos.
Así que periodista
no es necesariamente el licenciado en periodismo, sino el que tiene más
necesidad de contar lo que sabe que curiosidad por saber lo que desconoce, y
sabe utilizar trucos para saber lo que ignora y aprende técnicas para despertar la
curiosidad del mayor número posible de los hasta entonces abúlicos.
Sólo del esotérico
oficio de político se discute tanto como del oficio de periodista, sus
privilegios y sus límites. No es casual: del escrutinio de los políticos sobreviven
preferentemente los periodistas.
Tan simbiótica ha
sido esa relación aparentemente opuesta, que los políticos comen gracias a lo
que los periodistas publican y los periodistas viven opíparamente de lo que de
los políticos ensalzan o critican.
Como la del fuego
que quema lo que el agua hace brotar, la relación entre políticos y periodistas
es una interdependencia de opuestos. Los políticos sobreviven gracias a la
discreción en la que encubran sus intenciones y los periodistas de su habilidad
para sacar a la luz lo oculto.
Es la lucha por el
poder que, en su obra “The kingdom and the power” describe Gay Talese, la
relación entre el Poder de la Administración y el Poder de la prensa,
representada por el más poderoso periódico, “The New York Times”.
En su último
libro, “El motel del Voyeur”, Talese cuenta la historia del matrimonio que
montó un lujoso establecimiento hotelero en Colorado al que equipó con sistemas
de espionaje tan eficaces y discretos en todas las habitaciones que les
permitían observar las cochinadas que, en su falsa intimidad, hacían inquilinos
y/o inquilinas.
Ignoro si el
matrimonio espía solo gozaban al contemplar lo que su ingenio les permitía
saber, o daban a su gozo el aliciente añadido de chantajear a los espiados con
la amenaza de descubrir lo oculto.
Rentabilizaran o
no su invento, el espionaje les daba poder, la moneda que compra para los que
lo usufructúan el manejo del Estado, la prensa, el dinero o los individuos.
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