Hay misterios
que la acumulación de años sirve para aguzar el entendimiento del que los
jóvenes se supone que carecen.
Pues no, porque
ni para acercar a la sabiduría a los que paulatinamente dejamos de ser jóvenes
tiene utilidad ser viejo.
El terremoto de
Ecuador, seguramente y como en episodios similares del pasado, provocará la
reviviscencia de los ecologistas para los que las catástrofes naturales son
como la humedad, que reactiva a las amebas de vida libre.
Pues se
equivocan tanto como cuando creen que quien hizo el mundo sabía menos que
ellos, a los que les sobra talento para enmendarle la plana y prologar la
existencia del planeta más allá de lo que el que lo hizo determinó que durara.
Naturalmente,
los ecologistas creen que toda acción humana que influya en la configuración
original de la tierra es perversa porque todo lo que no sea natural es
antinatural y nocivo.
No conocen la
letra de “To have and to have not” que avisa del error de los que creen que los demás retroceden porque ellos
avanzan.
Uno, que cuando
andaba por ahí recorrió la zona mexicana arrasada por un terremoto, comprobó que todos
los muertos que provocó fueron sorprendidos mientras dormían en chozas que
ellos mismos habían construido y que se habían salvado los que se encontraban
en casas levantadas por profesionales de la construcción.
Es decir, que
como siempre y en todo, la naturaleza y el hombre dañan al que no tiene y
favorece al que tiene.
También uno
cayó por Haití en 1974, 36 años antes de que el terremoto de siete grados en la escala
Richter (un estertor comparado con los de lugares más desnaturalizados por el
hombre) matara a 310.000 haitianos en 2010.
¡Ay si, en vez
de en el primitivo Haití el terremoto hubiera sacudido a la industrializada
Yokohama (pongamos por caso), cuantos muertos no habrían muerto!
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