domingo, 17 de abril de 2016

PRIMAVERA

Si quiere alguien estar al día, que mire al pasado y, ya puestos a echar la vista atrás, que retroceda hasta el siglo quinto antes de Cristo y escuche lo que decía Sócrates, que ya para entonces era viejo: “el mayor misterio es el hombre”.
Esta mañana, después de enterarme por los periódicos y las emisoras de radio de lo que preocupa a los españoles, que al fin y al cabo son humanos, me  percato de que Sócrates tenía más razón que la pena traidora.
Y es que siguen obnubilados desde que murió el que se suponía que tenía la obligación de no morirse, con ese acertijo de averiguar quíen mandara, como si de eso dependiera que se acatarre o lo incomoden los ardores de estómago.
¿Es que los españoles no tienen (tenemos) capacidad para, como recomendaba Virgilio, centrarnos en algo más sustancioso (“paulo maiora canamus”)?
Tan cerca en el espacio y en el tiempo, debería haberrme dedicado a mirar por la ventana de mi salón, para admirar en el patio contiguo, cómo las fucsias se adornan ya de flores, las hojas de las aspidistras han cambiado a lustroso verde su descolorido invernal o cómo esparce el oloroso aroma de sus tallos la hierbabuena.

Pobre, mezquino, torpe y miope español el español de hace ya demasiados años, que distrae su preocupación en lo superfluo en lugar de centraerla en lo permanente, la incansable perpetuación de la vida.

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