De la India a Japón, siguiendo la ruta que
sigue diariamente el sol, todos somos judios, por sangre o por cultura. Así
que, para conocernos a nosotros mismos, nos convendría conocer la historia del
pueblo judío.
Entenderíamos
así a los secuaces de Albert Rivera y Pedro Sánchez que, sin conocer la
historia de los judíos, tan incomprensible resulta.
Cuando los
judíos anduvieron cuarenta años de la Ceca a la Meca, es decir de Egipto a
Israel, una de las fiestas en las que entretenían su deambular era la de la
Expiación.
Cada año,
detenían su travesía del desierto para reunir a todos los chivos de sus piaras
de cabra, escogían a dos de ellos y sorteaban a cual les tocaría hacer de bueno
y a cual de malo.
Al primero, lo
sacrificaban y lo ofrecían a la idea intangible, irrepresentable, sin nombre ni
imagen que era su dios, ante el templo provisional y ambulante que eran las
andas sobre las que trasladaban las tablas de la ley que Dios le había dictado
a Moisés.
Al otro chivo
lo abandonaban para que muriera de hambre, sed
o devorado por las alimañas en el desierto, para que su muerte sirviera
de expiación por las culpas individuales o colectivas de los judíos.
Que seguimos
siendo judíos eternamente en busca de un sitio en el que asentarnos lo
demuestra que los judíos Rivera y Sánchez han encontrado en Rajoy un chivo apto
para que pague las culpas de todos los españoles.
Como los
judíos que ansiaban llegar a la Palestina que no conocían, Sanchez y Rivera
llevan tres meses y pico dando tumbos por el desierto de la política buscando
sin encontrar donde levantar el colgadizo que cobije al gobierno, el templo de
la democracia.
Pero eso sí: rechazando
que Rajoy, como el chivo expiatorio que cargue con las culpas de ellos por no
encontrar dónde hacerse sedentarios tras mas de cien días de transhumancia,
tenga ocasión de decir ni pío.
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