Antes de que derribaran
el muro de Berlin, cuando los malos vivían en la parte de allá del muro y los
buenos en la parte de acá, todo era más sencillo que ahora: los malos vivían en
la parte de allá y los buenos en la de acá.
El indicio por
el que, desde que cayó el muro, permite identificar a buenos y malos ha
cambiado: los primeros comen carne de cochino y beben vino a cara descubierta y
los malos comen carne de borrego y apagan la luz para que no los vean beber
vino.
En España,
donde cada cual come y bebe sin esconderse lo que quiere y puede, trazar la frontera
moral entre buenos y malos es diferente, pero lo mismo de eficaz.
Malos son los
que en las casi cuotidianas elecciones votan al Partido Popular y buenos todos los
que no lo voten.
Identificados
los buenos y los malos españoles, solo queda conciliar el método para alcanzar
la convivencia civil:
a) ¿Ilegalizamos
y exterminamos a los que voten al PP para que, muerto el perro se acabe la
rabia?
b) ¿Suprimimos
las elecciones y, al no saber quien vota al PP y quien no, todos los españoles
serán solo sospechosos de ser buenos o malos?
La supresión de
las elecciones, ojo, podría originar un conflicto peor que .el que ahora
provocan:
¿De qué hablaríamos
los españoles si no habláramos de la amenaza que el PP representa para España?
Sugiero que
debatir sobre la metempsicosis, que es la transmigración de las almas de los
recién fallecidos a los a punto de nacer sería, si no tan entretenido como la
política, igual de inútil.
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