Lo mismo que
los laboratoristas se tapan las bocas para evitar que los viruses que manipulan
los contagien, decidí hace tiempo mantener con el resto de la humanidad una
relación aséptica y lejana a través del filtro esterilizado de la televisión
como barrera protectora.
Veo así el
mundo no como es, sino como me gustaría que fuera, y ni así estoy feliz.
¿Qué por qué?
Porque el mundo
que me interesa sería el imposible mundo que la televisión me niega, en el que
los malos sean los buenos de las películas y los buenos los malos.
¿Por qué los
indios pierden siempre y los blancos siempre ganan? ¿Es que no existió ningún
nazi bueno ni un tanquista americano malo?
Desde el
principio de los tiempos, que coincidió con aquella decisión de Lilith de
comerse la manzana que tan bonita le parecía, rebelándose contra aquella
absurda diagnosis de que lo bello es malo y lo feo bueno, el mundo anda manga
por hombro.
¿Por qué lo
placentero tiene que prohibirse y estimularse todo lo que, como el trabajo,
canse?
Si lo que
apetece puede obtenerse robándolo, ¿por qué hay que pasarlas canutas y trabajar
para conseguirlo?
Si las campañas
electorales tienen por objetivo lograr la muerte política del oponente, ¿por
qué no se encierra a todos los candidatos en una caja de cristal transparente y
sale de ella como presidente del gobierno el único que sobreviva?
Mucho más
barato y más entretenido que eso de que gane el que más arteramente engañe al
personal espectador.
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