Había tiempos
ahora olvidados en los que fumar era un rito tan celebrado en España como en
toda reunión entre indios y jefes de la caballería americana, en la que todos
acababan fumando la pipa de la paz.
Ser
concesionario de un estanco era un privilegio porque eran monopolistas en la
venta de tabaco y timbres del Estado.
Isabel II,
aquella reina opulenta y de costumbres liberales, solía conceder estancos a los
amables guardias y servidores cuya atención la hubiera hecho ver las estrellas
y oír el canto de ruiseñores apasionados.
El estanco pasaba en herencia a los familiares
de los que tanto y tan bien habían servido a la soberana.
Se recomendaba
por aquellos tiempos ya idos que “el mejor regalo que a un viejo se le puede
hacer es un cigarrito después de comer”.
Lo mismo que
ahora…. Le tiene más cuenta a una joven dejar en libertad su bamboleante
pechera en lugar sagrado que encender un cigarro, porque lo primero sería
considerado ejercicio de su libertad y lo segundo desacato a la ley.
Es por eso el
concepto de libertad ambiguo y caprichoso. Hay veces en las que tienes libertad
para pegarle a una preñada porque no ha cerrado su bar en período de huelga y
no la hay para fumarte un cigarrito en el mismo bar, después de haberte tomado
un café cortado.
Las cosas….
No hay comentarios:
Publicar un comentario