No es que haya días en los que
Dios lo amanezca a uno espeso, sino que lo normal es que nos despertemos tan sonámbulos
como los zombies con los que esperabas toparte cuando bajabas desde Petionville
a las estrechas callejuelas de Puerto Príncipe.
Esta Andalucía en la que me
nacieron y en la que espero que mi cuerpo repose al final de una placentera y
descansada vida es una especie de Haití, en la que no falta el Barón Samedi,
administrador de la vida, la muerte y el letargo de los andaluces.
Pasa inadvertido por aquí porque
el que administra la vida, la muerte, la alegría o la desdicha no es un espíritu
tenebroso y voluble transmigrado desde Africa, sino un sanedrín omnipresente
conocido por Junta de Andalucía.
La Junta, en conciliábulos tan
misteriosos como una tenida masónica, distribuye dinero, un fluido tan
indispensable para el bienestar como la sangre lo es para la vida.
Si el corazón bombea sangre al
cuerpo, el cuerpo vive. Si la junta bombea fondos a los andaluces, los
andaluces revivifican sus romerías, ferias o semanas santas.
Lean los periódicos o escuchen
las emisoras a los que el Barón Samedi andaluz castigue sin otorgarle los
fondos que les darían vida y se enterarán de que los agraciados con fondos para
la formación, administración de EREs o contratos para sertvicios que no sirven
para nada exultan lozanía.
Los no agraciados se devanan los
sesos para que La Junta-Barón Samedí les sonría y, como señal de complacencia,
los incluya en la exclusiva lista de los agraciados.
La experiencia enseña que nada
complace tanto a la Junta como votar a
su Partido Político en las elecciones, un rito ceremonial tan de su agrado como
el de rebañar el pescuezo a un gallo en noche de plenilunio lo es para el Barón
Samedí.
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