CUMPLEAÑOS
Llaman Grande al Guadalquivir no por la anchura de su cauce ni por la abundancia de su caudal sino porque, comparativamente, es el de curso más largo, cauce más amplio y caudal más generoso de todos los ríos andaluces.
Frente al lugar donde se le une el Genil, el río Chico que trae de las cumbres de Granada aguas derretidas de la Sierra Nevada, en la orilla norte del Grande, sus aguas se esconden bajo las ramas de los tarajes, las apretadas púas de los juncos y el mantel ocre de las hojas caídas de los álamos.
Donde el Río termina empieza la sierra. Cerros armoniosamente redondeados como el vientre preñado de una adolescente se aúpan unos tras otros ocultando entre acebuches, encinas, jaras, retamas y esparragueras salvajes el sereno pulso de la vida.
Es sábado de una primavera tardía. Contra el blanco grisáceo de las nubes, las todavía torpes alas de las tórtolas jóvenes ejercitan su aprendizaje de vuelo.
Escondidos en las encinas, ensayan su concierto de permanente algarabía los gorriones adolescentes y tres urracas, turistas despistadas venidas seguramente de los lejanos campos manchegos, picotean el suelo sombreado de un viejo alcornoque.
Hasta una pandilla de humanos, llegados en mecánicos automóviles a ese escenario bucólico, se funden con el ambiente festivo de la naturaleza.
Llegaron, dejaron fuera los autos y entraron en el recinto urbano de una casa blanca, escondida tras la cerca vegetal de enredaderas, rosales y arizónicas.
Los llegados de la ciudad remota y vecina han llegado a la sierra pero no para interrumpir el sosiego colindante de arbustos, pájaros, encinas, jaras y acebuches sino a compartirlo sin alterarlo.
Han llegado para celebrar el cumpleaños de una especie de patriarca de todos ellos: un viejo patibracicorto, calvo, barrigón, vocinglero y desdentado.
Están allí porque el patriarca les importa tanto como al patriarca le importan todos. Ellos son lo que él ha atesorado en una vida de usurero selectivo, que conserva lo que le es imprescindible y descarta lo que, aunque le agradara, puede relegar.
La tribu reunida en clan con el patriarca incluye a dos de sus tres hijas, tres de sus nietos, la hermana y los hermanos del viejo, sus sobrinos y sus sobrinos-nietos.
Falta solamente su segunda hija y los otros tres nietos que, sabe y no se equivoca, lo llamarán desde Irlanda, desde la verde Erin, en la que la naturaleza es más sumisa al hombre que en ésta Andalucía todavía brava, rústica y libre.
Donde el Río termina empieza la sierra. Cerros armoniosamente redondeados como el vientre preñado de una adolescente se aúpan unos tras otros ocultando entre acebuches, encinas, jaras, retamas y esparragueras salvajes el sereno pulso de la vida.
Es sábado de una primavera tardía. Contra el blanco grisáceo de las nubes, las todavía torpes alas de las tórtolas jóvenes ejercitan su aprendizaje de vuelo.
Escondidos en las encinas, ensayan su concierto de permanente algarabía los gorriones adolescentes y tres urracas, turistas despistadas venidas seguramente de los lejanos campos manchegos, picotean el suelo sombreado de un viejo alcornoque.
Hasta una pandilla de humanos, llegados en mecánicos automóviles a ese escenario bucólico, se funden con el ambiente festivo de la naturaleza.
Llegaron, dejaron fuera los autos y entraron en el recinto urbano de una casa blanca, escondida tras la cerca vegetal de enredaderas, rosales y arizónicas.
Los llegados de la ciudad remota y vecina han llegado a la sierra pero no para interrumpir el sosiego colindante de arbustos, pájaros, encinas, jaras y acebuches sino a compartirlo sin alterarlo.
Han llegado para celebrar el cumpleaños de una especie de patriarca de todos ellos: un viejo patibracicorto, calvo, barrigón, vocinglero y desdentado.
Están allí porque el patriarca les importa tanto como al patriarca le importan todos. Ellos son lo que él ha atesorado en una vida de usurero selectivo, que conserva lo que le es imprescindible y descarta lo que, aunque le agradara, puede relegar.
La tribu reunida en clan con el patriarca incluye a dos de sus tres hijas, tres de sus nietos, la hermana y los hermanos del viejo, sus sobrinos y sus sobrinos-nietos.
Falta solamente su segunda hija y los otros tres nietos que, sabe y no se equivoca, lo llamarán desde Irlanda, desde la verde Erin, en la que la naturaleza es más sumisa al hombre que en ésta Andalucía todavía brava, rústica y libre.
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