Nos quedan a
los españoles cinco días de sólo 24 horas cada uno para disfrutar de ese
período glorioso, el más apacible de la tumultuosa historia de España, que
empezó tres meses antes de las elecciones generales del pasado diciembre.
Todo lo bueno
se acaba y, cuando se acabe el 26 de Junio, los españoles lamentarán que esos
nueve meses, si no de felcidad al menos de tranquilidad, hayan durado tan poco.
Cuando el
tiempo pase y estos plácidos meses se añoren como la “dichosa edad y siglos
aquellos” que citaba Cervantes, lamentaremos que un San Pedro no haya intentado
convencer al Jesús transfigurado para seguir como estamos ahora, en el Tabor, para no cambiar a fatalmente peor.
¿Es el español
masoquista por naturaleza? ¿Es feliz únicamente cuando un político sádico
(todos lo son), les impone el cumplimiento de leyes que lo hagan desgraciado?
¿Le gusta más
al español rascarse la sarna que la beatífica paz del bebé recien bañado y
espolvoreado con talco?
Pues no se
hable más: atropéllense camino de esa caja con ranura llamada urna electoral y,
el 26 de Junio, elijan un gobierno que les haga la vida imposible.
Como el
maestro D,Òrs, que cuando se hacía leer lo que había dictado y le parecía que todo se
entendía perfectamente, animaba a su secretaria: “si está claro, oscurezcámoslo
un poco”.
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