Por las calles,
cavilando
a quién su
destino entrega
en su mano
lleva un sobre
que esconde una
papeleta.
Su gesto firme
y sereno
demuestra que
su prudencia
ha vencido
muchas dudas
que enturbiaban
su conciencia.
Por fin, en
noche agitada
en la que
siglas y nombres
tornó el sueño
en somnolencia
su decisión se
hizo firme:
(Sobre el buró
de su alcoba
y en desorden,
a volea,
como siembran
la semilla
los que
cultivan la tierra,
esparció todos
los sobres
rellenos de
papeletas).
Cuando al reloj
todavía
le faltaban
varias horas
para que abrieran
sus puertas
los centros de
votación,
se levantó con
presteza.
Abluciones
matutinas,
desayuno de
primera
(leche con café
caliente
y unas porras
de jeringos
para mojarlos
en ella),
un eructo, un
lavamuelas,
camisa blanca, corbata,
zapatos
limpios, chaqueta
que votar es
una fiesta
y, como de día
festivo,
debe de ser la
apariencia.
Del colegio
electoral,
altivo, serio y
solemne
salió por fin
el votante
con tan
tranquila conciencia
como el que da
sepultura
al que se cargó
a sabiendas
de que ningún mal le hizo
ni siquiera
conociera.
“¿Qué”, lo
interpelo un amigo
con el que se
topó en la barra
de una cercana
taberna
tomándose una
cerveza
y unas gambas
al ajillo
picantes como
una muela.
--“Pues que
vengo de cumplir
una tarea
molesta:
Salvar a la
Madre Patria
que según dice
la radio
la amenazan
comunistas,
fascistas,
venezolanos,
y hasta un
bonito de cara
que con
socialistas flirtea.
--¿”Y la
salvaste a tiros,
a espadazos,
con los puños,
o a golpe de
mano abierta”?
--Uy, no. Fue
más sencillo:
Le dí a un tio
mi sobre
que escondía mi
papeleta
Y el tío la
metio en la raja
de algo a lo que
llamn urna
tenían sobre
una mesa.
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