Ahora resulta
que la ingeniosa Manuela Carmena, que alcaldea el municipio de la capital de
las Españas, ha tenido otra ocurrencia: acotar un espacio para que lo ocupe un
cementerio de mascotas.
En el
provenzal del que proviene, esa palabra significa hechizo, embrujo, encanto,
¿Y quien
hechiza, embruja o encanta al hombre hecho por Dios a su imagen o semejanza?
El Demonio, el
antidios.
Ya son tan
humanos los animales de comapañia que hasta la alcaldesa Carmena les va a
facilitar un terreno acotado para que duerman su sueño eterno.
Porque, ¿qué es
un cementerio?
Es un lugar en
el que, después de su muerte terrenal, los difuntos esperen la hora gloriosa
de la resurrección para empezar la eternidad gozosa.
Es fundamental
que el reposo del cuerpo en la tierra esté protegido para que el Diablo no
pueda profanarlo y robar sus almas.
Por eso, a los
cristianos se les enterraba entre los muros sagrados de una iglesia y, cuando se
sospechó que ese sistema podría perjudicar la salud de los vivos circundantes,
se levantaron cementerios en las afueras de las ciudades y el espacio, siempre
acotado por paredes, se consideró lugar sagrado.
¿Para qué?
Hay dos
razones: A) para impedir que el demonio penetrara donde reposaban los justos y
B) para impedir que el alma de los justos saliera del sagrado y entrara en
territorio diabólico.
¿Estará
tambien vallado el cementerio que para los animales de compañía apodados
mascotas construirá Carmena?
¿Qué diablo
puede estar interesado en apoderarse del alma de los animales de compañía, que
en vida fueron el alma de sus dueños?
El malo, y
puede que de eso sepa mucho Carmena, tiene designios inescrutables porque lo
que es evidente es que ni el Demonio ni Carmena dan puntada sin hilo.
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