Ni siquiera en
sus momentos más trágicos ha sido España un país serio.
¿A quien sino al
Bueno de Guzman se le hubiera ocurrido tirarle un puñal para que asesinaran a
su hijo a los moros que le perdían la llave de su fortaleza si quería salvar al
muchacho?
¿Y el alcalde de
Móstoles, que escribe un bando para que los españoles de aquel tiempo,
orgullosamente analfabetos, echaran a los franceses que venian para librarlos
de la esclavitud borbónica?
Ahí tienen a los
descendientes de los guzmanes de Tartifa y del munícipe de Móstoles (un pueblo
que ahora tiene más habitantes que en tiempos de los moros había en toda
España), emulando en heroicidad a sus antepasados.
Andan ahora
discutiendo sobre quien o quienes se sientan en la Mesa del Congreso en la que,
el que tenga taburete, tiene más fácil acceso a la pringá o el jalufo (jamón y otros
suculentos derivados del cochino, con perdón) de cuyas sobras se alimentarán
los demás españoles.
Heroica lucha
esa de la mesa del congreso, de dimensiones tan épicas como las de matar moros
o ser matado por los gabachos.
No se les ha
ocurrido que, en vez de pelearse por repartirse las sillas en torno a la mesa
del banquete, podrían echarlo a suerte y que, a quien Dios se la dé, San Pedro
se la bendiga.
Que Dios no lo
permita porque ese sistema podría aplicarse también a la manera de elegir (que
la suerte elija en lugar de los votantes) al presidente de Gobierno.
A lo mejor la
suerte es más sabia y más justa que las urnas, y así podríamos librarnos de
este coñazo insensato que son las elecciones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario