El inexorable latido
del minutero se acerca a Diciembre y Pedro Sánchez, como Antonio Aguilar, podrá
lamentarse de que hace un año tuvo una ilusión.
La gente,
cuando se ilusiona con algo que no consigue, hace de tripas corazón, se lía a
puñaladas con el primer prójimo que se tope o se sube a una columna solitaria
en medio del desierto, como Simón el Estilita.
Pedro Sánchez no.
Después de que en diciembre del año pasado fracasara al intentar ser presidente
del gobierno de España, volvió a fracasar en Junio y está empecinado en volver
a dar la tabarra a los españoles para que lo vuelvan a rechazar allá por
diciembre.
Los
legionarios de Julio César, cuando sopesaban la conveniencia de cruzar el
Rubicón, que les daría el imperio romano
o la muerte, lo animaron al grito de “Cesar
o nada”.
Pedro Sánchez ya
ha intentado atravesar dos veces el Rubicón electoral y sigue decidido a que si
no lo logra a la tercera o vigesimotercera, antes de que pasen mil años lo conseguirá.
Pero, ¿y los
españoles?
Los españoles,
según Sanchez, son como el Rubicón, un río paciente y sufrido que, impasible en
la eternidad del tiempo, le da igual que lo atraviesen hoy o dentro de diez
siglos.
En conclusion
y cuentos o metáforas fluviales aparte: que si los españoles quieren que alguien los gobierne tendrá
que ser Padro Sanchez porque a cualquiera que no lo sea, Pedro Sánchez se lo
impedirá.
Dejará de
respirar antes de permitir que gobierne otro.
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