“Al pie de un arbol
sin fruto
me puse a considerar
qué pocos amigos tiene
el que ná tiene que dar”
Algo así,
cuando se hayan ido estos tiempos en los que sus amigos reciben las migajas de
su poder como secretario general socialista, cavilará cantando o murmurando, el
altanero Pedro Sánchez.
Habla asi, como
habló en su discurso de réplica en el que uno más rico que él en votos—la
moneda de la democracia—le pedía que, si se negaba a apoyarlo, por lo menos
asintiera con su silencio para que España tenga gobierno, aunque no sea el del
líder socialista.
Sanchez
administraba la capacidad de decisión que delegó en sus diputados, al
incluirlos en las listas electorales que como secretario general, elaboró y
aprobó.
Al decidir por
todos ellos recuperaba la capacidad de decidir que, con el cargo y el sueldo
que que les permitió disfrutar, les había otorgado.
Porque este
rompecabezas que a muchos les parece la política no es más que una transaccion
entre desiguales: te doy mi confianza para que, cuando te la pida, me la
devuelvas.
¿Y LA PATRIA? ¿Y
el progreso? ¿y el bien de la comunidad?
Argucias dialécticas para engañar a los que están deseando
que los engañen.
Al fin y al cabo,
el bien general que quiere repartir Sanchez engloba su propio bien y el de sus
deudos, y el que quiere seguir administrando Rajoy lo beneficia a él y a los
que con él comparten su beneficio.
Un oficio ruin el
de la política, sabiamente maquillado para que, como la fea parece guapa con
los afeites con que se embadurna, el político disfrace de bonhomía su ruindad.
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