“La cara”,
sentenciaba un viejo refrán, “es el espejo del alma”.
Por su aspecto
exterior, la presidenta del congreso, Ana Pastor, me recuerda a Doña María
Moreno, una catequista y posiblemente ex monja que fue mi maestra de primaria
en la escuela parroquial.
Como Ana Pastor
tiene que manejar a 350 diputados díscolos, doña María tenía que vérselas con
casi medio centenar de ángeles o diablos de entre tres y doce años,calzados con
alpargatas remendadas o con recias botas de cuero sin curtir, unos limpios como
un suspiro y casi todos soeces como una blasfemia.
Como cada cual
cuenta la feria según le haya ido, lo que he tenido que hacer después de salir
de aquella escuela enclavada en un barrio de chozas, similares a las que años
después redescubrí en África, se ha limitado a ampliar lo que Doña María me
enseñó a aprender.
Si en vez de
intentar que sobrevivieran sin comerse unos alumnos a otros Doña María
presidiera el actual congreso de los Diputados, no sería un incordio el reto
que ahora se le plantea a Doña Ana.
Un problema tan
enrabiscado que, hasta que el más sabio de los salomones lo resuelva, los
diputados españoles no podrán cumplir ni su rutinaria tarea de votar como sus
jefes les manden.
Y es que éstos
diputados españoles, en su angelical inocencia, pretenden todos sentarse donde
más se les vea, en lugar de esconderse donde se les vea menos.
Para lo que
hacen, ¿no se dan cuenta de que, cuanto menos se les vea menos faltas les
pueden poner sus jefes?
Si fueran esos
diputados tan listos como éramos los galafates que intentaba desasnar doña
Maria, se limitarían a gestionar una baja por enfermedad de cuatro años de
duración, con tratamiento consistente en comer opiparamente y a costa de los
insensatos que los eligieron, en cualquiera de los tentadores restaurantes que
España tiene.
Y ya puestos, y
en vista de lo que hemos aprendido en este casi medio siglo de democracia, ¿qué
hacen en el siempre lejano Madrid, donde nada es igual que en las tierras donde
fueron electos?
Ya que siempre
votan lo que sus mandamases les mandan votar, ¿por qué no se quedan cuidando a
sus familias y delegan perpetuamente sus votos en sus jefes?
Habrá diputado
que sea imprescindible en su casa y habrá quien no lo sea pero todos sin
excepción pueden votar SI, NO o abstenerse tan eficazmente desde sus escaños
como desde el elegante balneario de Mariembad, allá por la agradable Karlovy
Vary.
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