La buena
educación es la máscara amable tras la que la burguesía esconde su instinto
feroz.
Mariano Rajoy,
el presidente pro témpore del Gobierno, es un burgués redomado porque preside
un partido burgués, el Popular, sanguijuela política que engorda gracias a la
sangre que chupa al proletariado.
Y, como burgués
y paradigma de la burguesia parásita, es educado.
Lo demuestra que
haya estado hablando durante diez minutos “en torno cordial” con Pedro Sánchez,
que lo llamó para sondearlo sobre sus intenciones sobre “lo suyo”, la obsesiva pretensión del
socialista de que lo nombren presidente de Gobierno como premio a sus
reiteradas pérdidas de elecciones.
Hay un par de
síntomas que marcan la diferencia entre Rajoy y Sánchez, del Partido Popular
burgués el primero y secretario general obrero el segundo:
a) que Rajoy
gana todas las elecciones que Sanchez pierde.
b) que el
burgués no logra que el obrero conteste a sus llamadas, mientras que el obrero
no contesta a las llamadas del burgués.
¿Y esas son las
únicas diferencias?
Son las más
llamativas porque, en el fondo, los dos
comparten idéntico propósito: mandar para que quienes los obedezcan
(cuarenta y tantos millones de españoles) les rian las gracias y le digan “eres
el más grande”, como a Marcial.
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