Abundan en la Historia los casos
ejemplares en los que un individuo se inmoló o sacrificó lo que más quería,
que era la vida, para redimir y salvar si no a la Humanidad, a su humanidad más
cercana.
Las películas nos han mostrado a Sansón zamarreando las columnas del templo para que los escombros de la
techumbre, sepultaran a los enemigos de su pueblo.
¿Y GuzMán el Bueno? ¿Y el coronel
Moscardó? Ambos accedieron a que mataran a sus hijos porque a cambio se salvarían
sus correligionarios.
¿Es que los tiempos actuales no
son, chispa más menos, como los que por antiguos salen en las películas?
No lo serán seguramente porque
ahora abundan los ejemplos de los que contradicen
la historia pasada y quieren hacer la nueva de manera revolucionaria:
sacrificar as los que más quiere para salvar su propio pellejo.
Pellejo político, naturalmente,
porque la política no tiene alma.
¿Por qué no ofrece Padro Sánchez
su vida política para que se salven sus israelitas particulares, los
socialistas?
¿Por qué Rajoy no se echa a un
lado para dejar de taponar el rebalse a punto de reventar que amenaza con la
muerte por ahogamiento de los españoles, amigos y adversarios?
Solo un Sansón de la política
española, quizá el más escuchumizado y escaso de músculo electoral, el cada vez
menos joven Albert Rivera, se ha ofrecido infructuosamente para sacrificarse
como Sansón, Guzman el Bueno o Moscardó.
Del igualmente joven Pablo
Iglesias mejor no hablar porque para todos los demás interpreta el papel de
filisteo encadenador y no el de Sansón encadenado.
Se adivina ya un final para esta
película sobre la situación de España, cautiva y encadenada por los filisteos
de la política: que Rivera se junte con los filisteos Sanchez e Iglesias que
quieren cargarse a Rajoy, y que todos ellos logren lo que pretenden: que la techumbre se venga abajo y, con los
escombros de sus ruinas y sobre el mismo solar yermo, levantar un templo
nuevo.
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