Hay personas convencidas
de que ese poder sobrenatural inevitable e ineludible con que la vida los marcó
al nacer se sobrepone a su conveniencia y su voluntad para marcar cada acto de
su vida hasta que logre conseguirlo.
Un hombre cuya
voluntad y conveniencia se somete al mandato de su destino es Pedro Sánchez, un
ser humano con formación, aptitudes, y expectativas vitales similares a los demás
de su generación.
Si es como los
demás, ¿por qué el secretario general de un partido, que tiene por bandera la
igualdad, se empeña en ser diferente para ser más que los otros?
Porque obedece
al mandato de su destino que es, o está convencido de que es, ser Presidente
del Gobierno de España.
Hay reformistas
religiosos que hasta murieron para alcanzar su destino, pintores frustrados
como Adolfo Hitler que, convencido finalmente de que su destino era
inalcanzable, le pegó un tiro a su perra Blondi para pegarse el siguiente tiro
a si mismo, y tiranos como Stalin que agonizó mientras los que lo adulaban en
vida, se disputaban su poder.
Pobre Pedro
Sánchez, cuyo destino le impide ser feliz al obligarlo a ser presidente del
Gobierno.
Si ese destino
que lo guía lo hubiera librado de la fatalidad de cumplirlo, sería un hombre
feliz como gerente de una compañía de informática, director del departamento de
ropa para señoras en unos grandes almacenes o concejal de festejos en un
ayuntamiento gobernado por su Partido Socialista.
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