Por lo que uno
ve, lee y oye, la gran amenaza para el futuro del mundo—al menos para la
humanidad que goza y expolia este mundo—no es la contaminación ambiental, que
consiste en dejar bolsas de plástico en la inocencia inmaculada del campo.
El que hizo
este mundo, que era más listo que los bichos, arboles y gente que puso en el
mundo que creó, ya se preocupó de que fuera una recicladora de residuos tan
puntual que se activaba al mismo ritmo que se producían los desechos
contaminantes.
El mundo
seguirá si no eternamente, al menos perpetuamente.
Pero es cierto
que el mundo, que evoluciona y cambia sin descanso, está amenazado ahora más
que nunca por una alteración en constante progreso y que, en un futuro
inevitable, hará desaparecer al hombre como desaparecieron los dinosaurios.
Será, más o
menos, un cambio generado como cuando un meteorito cayó sobre el Caribe
mexicano y se acabaron los dinosaurios que hasta entonces señoreaban el mundo.
Esta vez no se
necesitará ningún meteorito para que los dinosaurios que hoy señorean el mundo,
el hombre, desaparezca.
Es un meteorito
de efectos progresivos: la revolución sexual promovida por el propio hombre.
¿Cómo va a
garantizarse que el hombre seguirà sobre la superficie de la tierra si es el
propio hombre el que renuncia al sistema válido hasta ahora para perpetuarse?
Hasta ahora, el
apareamiento entre hombre y mujer era el método que, con el incentivo del
placer mutuo, tenía como consecuencia la renovación y multiplicación de la
especie.
Pero, si el
mismo placer se obtiene con un procedimiento diferente, y además sin las
consecuencias incómodas de tener que preocuparse del molesto efecto del
disfrute, ¿para qué amargar el dulce regusto del placer si puede evitarse?
Esa y no otra,
o esa sobre todo, es la razón por la que está amenazado el mundo, que no lo será
como ahora lo es sin el hombre.
A ver quien
endereza lo torcido, a ver quien da marcha atrás a ese motor del progreso que
es la búsqueda y disfrute del placer, sin miedo a que lo acusen de machista.
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