Ojito y atención al viento porque el que
llega de Poniente puede que sea preludio de una tormenta inesperada que si nos alcanza, y puede alcanzarnos,
derribe la tapichoza que es España, domicilio ruinoso de los españoles.
En Estados
Unidos, rascacielos de cemento y acero que alberga a los norteamericanos, van a
echarse unas elecciones el primer martes después del primer lunes de Noviembre
para elegir a su presidente-a para loas próximos cuatro años.
Los sondeos de
opinión electoral, que hasta en los Estados Unidos se equivocan, pronostican
que el estricto Donald Trump perderá frente a la liberal Hilaria (Hillary)
Clinton.
Pero lo
americanos son muy mirados para eso de las elecciones presidenciales y, ante la
posibilidad de que el que consideren mejor para gobernar incumpla
involuntariamente el contrato por cuatro años del que contraten, podrían optar
por el menos bueno si eso les ahorra esfuerzo y dinero.
Rentabilizar la
inversión es como se podría llamar a esa cautela porque, para los
norteamericanos, votar es un engorro y además cuesta dinero.
Y el caso es
que a la señora Hillary Clinton, casta y tolerante esposa del presidente Bill
Clinton, le menudean los problemas de salud al contrario que a su rival Trump,
bruto y fuerte como un toro.
¿Terminará Hillary su mandatoo de cuatro años o lo tendrá que hacer por ella su vicepresidente?
Si, Dios no lo quiera,
los temores se materializaran, los americanos podrían elegir al candidato del
partido republicano mes y pico antes de que los españoles, a la tercera
elección, nombren por fin el día de Navidad a su propio presidente.
Y es que las
elecciones españolas deben considerar factor determinante que fuera presidente de los Estados Unidos
Clinto o Trump.
¿Congeniaría
mejor la Clinton con Sanchez si este consiguiera ser procónsul del Imperio Americano
en España?
¿Les convendría
más Mariano Rajoy como tetrarca de España a los americanos presidenciados por
Trump?
Esa, y no otra,
es la gran incógnita que los españoles
tienen que resolver para acertar en la elección de su presidente porque los
norteamericanos, tanto Trump como Clinton, saben que el que da pan a perro
ajeno pierde pan y pierde perro.
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