Como la Soledad
Montoya de “La pena negra” que describió Lorca yendo de la cocina a la alcoba,
Pedro Sánchez recorre televisiones y mítines en busca de su alegría y su
persona.
¿Qué alegría le
falta a Sánchez para que la persona por la que se le conoce coincida con la
persona que ansía ser?
Una a la que, según
su férrea ideología igualitaria, tiene derecho: ¿ por qué, si todos los hombres
son iguales, el no puede ser presidente del Gobierno, como hasta Rajoy lo es?
Por eso, como la
heroína histérica de Lorca, Sánchez es un caballo desbocado que espera algún
día encontrar la mar para que se lo traguen las ansiadas olas del poder.
Un héroe poético en
ésta era prosaica, un soñador en éste tiempo de conformistas que relegan lo
posible a favor del sueño improbable, un idealista Quijote que cuenta con los
socialistas, que son su fiel Sancho, para que reciban los palos destinados al
caballero.
Ese es Pedro
Sánchez, un hombre en busca de un sueño que a los pedestres les parece
imposible porque carecen del vigor y la fé para hacerlo realidad.
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