Este país, o las zurrapas de este
país, es muy raro.
No por el país en sí que, como
todos los países del mundo, tiene llanos, montañas, ríos, lagos, desiertos y
vergeles.
Lo raro de éste país, comunmente
conocido por España y que de Norte a Sur va de Andorra a Gibraltar, es su
gente, los que en él viven para contaminar con su presencia la inmaculada
inocencia del paisaje.
A los de aquí les (nos) gusta ser
diferentes: vivir de lo que otros trabajen en lugar de apañáñarnosla con el
fruto del trabajo propio, sustituir una dictadura unipersonal por la dictadura grupal
de los dictadores (los que manden) en cada uno de los partidos políticos.
Y, lo más sorprendente, encargar a alguien que haga una tarea en beneficio de todos no por su idoneidad para el
cargo que desempeñaría en el futuro, sino por la irrelevancia con que ocupó otros
cargos en el pasado.
¿Puede alguien extrañarse de lo
que está pasando con José Manuel Soria, nombrado y obligado a renunciar a un
alto cargo ejecutivo del Banco Mundial?
Nadie lo hace, por lo menos hasta
ahora, pero Soria no vale para ese puesto y hay que nombrar a otro en su lugar.
¿A uno que pueda desempeñar esa
dirección del banco mundial mejor que Soria?
No señor, a alguien al que no se
le haya olvidado que hace una porrada de años estampó su firma en un documento
de los incluidos en unos llamados “papeles de Panamá”.
Si el caso Soria se hiciera
extensivo a todos los cargos públicos nombrados o por nombrar en España, este
pais extraño y contradictorio caería en manos de gente sin pasado o de pasado
tan anodino como el del socialista Pedro
Sánchez, que nunca metió la mano en nada porque nunca tuvo ocasión de meterla.
País raro esta España, que
desconfía más del que tiene una vida activa a sus espaldas que del que nunca
hizo nada digno de ser anotado en su pasado.
Definitivamente, España es
diferente pero, ¿diferente para bien o diferente para mal?
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