Desde hace casi
un año, y con puntualidad cronométrica, cobran el sueldo que ellos se fijaron por
hacer lo que ellos mismos marcan que hagan los que les pagan.
Y llevan casi
un año en el tajo, pero ni siquiera han sido capaces de ponerse de acuerdo en
escoger la herramienta a la que después culpar de que no sirve para lo que la
escogieron.
Los que llevan
un año cobrando sin trabajar son los mismos a los que, cuando echen mano a su tarea por
fin, si es que alguna vez lo hicieran, les corresponde decidir qué es honesto y
qué no lo es para los que les están pagando.
(A cualquier
empleado que esté cediendo una parte de su sueldo para pagar el de los que llevan un año cobrando
sin trabajar los pondrían en la calle a los pocos dias de no hacer nada).
Es lo que pasa
en ese tan deseado sistema llamado democracia, por el que los españoles
suspiraron durante treinta siglos y del que se benefician desde 1978.
Desde entonces,
diputados y senadores son depositarios de la Soberanía Nacional Española, que
no tiene más límite que la ambición de los españoles que en ellos la han residenciado.
¿Y qué
ambicionan los españoles?
Trabajar lo
menos posible y vivir lo mejor posible.
Hay, pues,
coincidencia de objetivos y concurrencia de métodos para lograr el fin que
representados y representantes ambicionan.
Todo lo que se
intente para cambiar lo que ya es bueno empeoraría el futuro.
La prudencia,
pues, aconseja no cambiar la rima del verso y dejar que el río discurra por el
cauce que ahora sigue.
¿Para qué pasar
de éste placentero no hacer nada a la engorrosa aventura de cambiar,
posiblemente para peor?
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