Este
esmeradamente desaliñado Pablo Iglesias es el sobresalto que nos libra de la
modorra, el trueno que rompe la quietud de un día sin nubes, el sonoro pedo que
rompe el silencio de una multitud muda.
Ahora
se le ha ocurrido decir que, por las venas de sus embelesados podemitas, “corre
la sangre de los luchadores antifranquistas”.
Es
ese argumento para movilizar a sus esbirros la defensa más certera que se ha
escuchado nunca de la casta como móvil de la acción política.
Los
que, como Iglesias reivindican la lucha contra la casta como argumento para su
afán revolucionario, ahora la usan a favor de sus ambiciones.
Porque
la casta es una manera de estratificación social al que se pertenece únicamente
por el nacimiento.
En
conclusión, que si Pablo Iglesias apela a la casta como justificación de su
revolución, la que predica Pablo Iglesias sería la revolución menos
revolucionaria y más conservadoramente tradicionalista de todos los sistemas
consolidados y emanados de una revuelta.
Me
parece a mí, que soy un escéptico al que la experiencia le ha enseñado a
desconfiar de lo que le dicen, que ese Pablo Iglesias, que lleva ya tanto
tiempo entreteniéndonos con sus ocurrencias, lo que de verdad quiere es mandar
con el único propósito de conseguir que no le manden.
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