Si el alcalde de Utrecht ha
mandado que se investiguen las cualidades educativas que se imparten en la
mezquita de su ciudad será, seguramente, porque
le huele a chamusquina algo de lo que allí enseñan.
No es que el alcalde holandés sea
excepcionalmente suspicaz sino que hasta al crédulo más inocente de Bobilonia,
que es donde viven los bobos, le parecería una insensatez lo que al alcalde se
lo parece.
¿Y qué enseñan en la mezquita?
Pues que un hombre y una mujer no
deben darse la mano porque “siempre debe haber una separación física entre un
hombre y una mujer”.
Lo que más ha escamado al alcalde
es lo de “siempre”, que es un adverbio que significa “durante todo el tiempo,
sin interrupción”.
Porque, haciendo abstracción de
la fé, esa virtud que a cada uno le hace creer que es cierto lo que es imposible
que lo sea, de la enseñanza de la mezquita se deduce:
A) Que todos los moros son
pecadores, porque nacen más niños moros que de practicantes de cualquier otra
creencia.
b) Que un pueblo relativamente atrasado
en el descubrimiento y aplicación de avances tecnológicos ha descubierto la
teleconcepción, que consiste en que una luz pase a través de un cristal sin romperlo
ni mancharlo.
Hay otra posibilidad: que el
cuento de que es una cigüeña la que trae de París a los niños, en Morolandia
sea el procedimiento habitual para conseguir que cada vez haya más moros, sin
tener que recurrir al engorroso procedimiento por el que los adultos de otras
religiones consiguen que los niños nazcan,
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