En las raras
ocasiones en las que, por un descuido, miro al espejo mientras me afeito, veo a
un individuo calvo, de cara rechoncha, más bobalicona que avispada y un tanto
abotagada, indicio convincente más del cultivo intensivo del sibaritismo que de
la continencia ascética.
Por lo menos,
eso es lo que creía hasta que he conocido esta mañana que, según el Informe
Pisa, si los alumnos españoles somos de los más torpes del mundo, los andaluces
somos de los más torpes de España.
Ahora va a
resultar que la pinta innoble que el espejo me devuelve cuando me miro no es
consecuencia de mi abuso de los placeres de la mesa y mi repugnancia por todo
esfuerzo superior al del levantamiento de cuchara.
Va a ser más
bien porque, como la cara es el espejo del alma, la que veo en el espejo es la
cara de un andaluz más, melifluo y torpe, un escalón por debajo del ser humano
y un escaño por encima primer mono que se bajó del primer árbol.
¿Y si no fiera
así? ¿Y si los andaluces, en su conjunto,--ya que casos se han dado de andaluces
tanto o más listos que cualquier finlandés—fuéramos tan zotes porque, de los
andaluces que nos enseñan en las escuelas, hubiéramos aprendido a demostrar que
sabemos exhibiendo certificados que lo demuestren en vez de conocimientos que
lo acrediten?
La enseñanza en
Andalucía, desde que la educación pasó a ser una herramienta del poder político,
la han manejado los socialistas que, como se sabe, son partidarios de igualar a
la gente por sus necesidades y no por sus merecimientos.
¿Y qué necesita
el ser humano, andaluz o maragato?
Un certificado
de estudios que respalde que lo ha obtenido, sin que se ponga en duda si
adquirió los conocimientos exigidos para obtenerlo.
Así que lo que
diga el informe no es más que una
triquiñuela del fascismo internacional para desprestigiar el bienestar del que
los andaluces disfrutan gracias a la eterna tutela socialista, que enseña lo
que se necesita para vivir bien: obedecer al que mande siempre que el que mande
sea socialista.
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