Aquellos observadores a los que los periodistas de la vieja escuela
atribuíamos nuestras propias opiniones están alucinados, ejerciendo su oficio
sin un pestañeo y observando a España con ojos como platos.
Y es que España, después del
triple salto mortal que fue aquella transición de antaño, hogaño se ha empeñado
en que el gobierno gobierne renunciando a su propio programa de gobierno, para
hacer que se cumplan los programas de la oposición.
Si lo que los diputados españoles
a Cortes han empezado a hacer culmina con el éxito que presagian las primeras
sesiones de esta legislatura éste vieja nación volverá a asombrar al mundo y,
como en sus momentos de mayor gloria terrenal, difundiendo el mensaje
evangélico de que el que muere por la fe salva el alma para toda la eternidad.
Un escritor de hondas raices
cristianas como Graham Green sintetizó en su obra “El que pierde gana” esa
filosofía, que sesión a sesión y una votación tras otra plasman en sus
votaciones los congresistas españoles.
El congreso, se supone, elabora
las leyes que el gobierno español le proponga, para después hacérselas cumplir
a los ciudadanos.
Pero, ¿y si los diputados
aprobaran leyes, como están aprobando, que el gobierno se resistiera a hacer cumplir?
El tiempo lo dirá pero como nunca
falta un roto para un descosido, siempre
queda el recurso más fácil: echarse nuevas elecciones.
Pero ésta vez con la lección de
las anteriores bien aprendida: si no se gana por mayoría absoluta, es
preferible perder porque desde la oposición se gobierna mejor contra el partido
del gobierno que haya ganado por mayoría simple.
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