Esto de la
publicidad es muy parecido a aquello de las esperanzas cortesanas porque, si
caes en la tentación de creértela, acabas indefectiblemente con el pelo
encanecido, o en la cárcel si eres ambicioso.
Y es que estaba
uno esta mañana como todas las mañanas
sin hacer nada de provecho, cuando sonó “España Cañi” en mi celular,
indicio de que alguien me estaba llamando.
Por una vez
conseguí contestar para enterarme de que me habían tocado 500 euros por una
compra que había hecho en unos almacenes que, por haber empezado sus negocios
franceses en los cruces de carreteras, se llaman “Carrefour”.
Con esa
agilidad mental que uno todavía conserva--porque la física hace tiempo que la
perdió, si es que alguna vez la tuvo,—recordó y respondió diciendo la verdad: que
nunca había comprado nada en esos almacenes.
Mano de Santo.
La señorita comunicante cortó la comunicación sin despedirse siquiera.
¿Falta de
cortesía? ¿Fallo electrónico en la comunicación inalámbrica? ¿Estupor porque
alguien era tan raro que no quería ochenta mil pesetas llovidas del pródigo
cielo?
No.
Lo que quería
la señorita que me llamó por encargo era que mordiera el cebo de los 500 euros
que ocultaba el anzuelo, con la esperanza de sacarme diez veces más comprando
en su almacén chucherías que no necesito.
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