Hay tantas
pruebas tangibles de que no todos los hombres somos iguales que solo la
enajenación de los que eso afirman explica tal dislate.
Por ejemplo:
si los japoneses fueran iguales que los españoles, los partidos de fútbol se
jugarían por la tarde, y no a mediodía como veo con asombro que está jugando el
Real Madrid en Japón.
Siempre habrá
algún listo que explique que eso se debe
a que, como la tierra es redonda, amanece en Japón unas pocas de horas antes
que en España.
¿Y por qué el
que hizo la tierra en la que vivimos, que sabía más que todos los que vivimos
en la tierra, la hizo redonda y no plana?
Evidentemente,
para propiciar que la diferencia entre unos y otros sea la característica
distintiva del ser humano, de lo que se deriva que a los japoneses les guste el
sushi y a los españoles las papas fritas con huevo.
Ainda mais,
que decimos los portugueses cuando queremos decir además: he visto esta misma
mañana unas fotos en la prensa que muestran cómo Pablo Iglesias y su
achichincle de Podemos Errejón se
morrean en la boca.
Y todos
estamos hartos de ver en las películas del mundo entero que el protagonista y
la protagonista se besan así, mientras que mujeres y hombres, o hombres y
mujeres, se saludan estrechando castamente sus manos.
(O Errejón e
Iglesias son distintos del resto de las personas humanas de todo el mundo, o
alguno de los dos tiene apariencia distinta de la del sexo que aparenta).
¿Y entonces,
qué?
Pues eso, que
cuando alguien intente convencernos de que todos somos iguales, le repliquemos:
“anda, anda…”
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