Se dice por ahí
que “vestido”, etimológicamente procedente del latín “vestitus”, es una prenda o conjunto de prendas que se
utiliza para cubrir el cuerpo.
Y, como cubrir es sinónimo de tapar, los
españoles han estrenado el año 2017 hablando de una contradicción tan evidente
como bella, si bello es lo que, al ser percibido, agrada.
Estamos
hablando, lógicamente, del vestido que la llamativa Cristina Pedroche utilizó
en la gala de la Nochevieja que evidenciaba su esplendorosa belleza porque tuvo
el acierto de no ocultar lo que merecía la pena contemplar: su radiante talento.
Y si
estéticamente fue un acierto, ¿lo fue también desde una perspectiva ética?
Según.
Para las no
demasiadas que pudieran enfrentarse al “esto es lo que hay” que habría sido la
traducción verbal del desafío visual de la actriz, superar el reto habría
representado el triunfo del “más difícil todavía”.
¿Y para las que
no?
Podrían haber
proclamado que hay bellezas como la bondad, la honestidad, el recato, la
inteligencia, el talento o la habilidad para cumplir sus tareas, superiores a
la mera apariencia externa.
Lo que me hace
rememorar el consejo con el que el sabio Héctor Kuperman me encaminó por la
vida que por entonces iniciaba: “Joven Higueras”—me aleccionó—“lo más
importante en una mujer no es que sea guapa o fea, tonta o lista. Lo que
importa de verdad es que sea trabajadora”.
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