Se conoce por
regeneracionismo el movimiento intelectual que en el entresiglo del XIX al XX
recetó la fórmula para que España saliera de su depresivo pesimismo y recuperara
su anterior vigor.
Joaquin Costa
recomendaba echar siete llaves al sepulcro de El Cid para cambiar hazañas
episódicas por episodios diarios de heroísmo y Angel Ganivet, aquel granadino
que se suicidó en Letonia, fueron las
voces regeneracionista más destacadas.
En su
“Idearium español” contaba Ganivet que un hombre y sus ocho hijos iban por el
ártico en un trineo tirado por perros.
En un tramo del viaje una jauría de lobos
comenzó a perseguir a la familia con la amenazante intención de devorarlos.
Viendo que las
bestias estaban cada vez más cerca, el hombre comenzó a tirar un cargamento de
pieles para aligerar el trineo; siendo esto insuficiente comenzó a arrojar la
comida; pero los animales continuaban acercándose y, con lágrimas en los ojos,
cogió a su hijo pequeño y, tras darle un beso, lo arrojó a los lobos, salvando
así a los otros siete.
Llegaba
Ganivet a la conclusión de que la salvación España debía acometerse aunque
significara echar a los lobos a un millón de españoles.
Ese sacrificio
del individuo particular para que
sobreviva la sociedad en abstracto es la filosofía que, veinte años después de
que Ganivet se suicidara ahogándose,
aplicaron los regímenes nazi y comunista.
La disposición
a sacrificar al individuo para que sobreviva el pueblo es la filosofía que
distingue a las organizaciones políticas conocidas ahora como de izquierdas.
En
contraposición, la conocida por derecha se basa en la defensa de todos y cada
uno de los individuos que, juntos, integran el pueblo.
Si cualquier
individuo ha de ser sacrificado para que el conjunto se salve, la sociedad deja
de ser lo que había sido porque se ve privada de una de sus partes, tan
necesarias cada una como las demás.
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