No es que sea
bueno, pero lo que roban no es lo peor de la plaga de políticos que se abatió
sobre España como castigo por haber dejado que Franco se muriera.
Robar, al fin y
al cabo, no es más que una tentación compulsiva que degenera en hábito si no se penitencia debidamente.
Lo malo, lo
realmente trágico, es la capacidad reproductiva de los políticos que, como
piojos en los tiempos de miseria, succionan la sangre del hospedero que los
aloja.
Y como plaga
que no se combate para atajarla se extiende y multiplica, la España infectada
está obligada para salvarse a exterminar a los políticos que succionan su
sangre, o resignarse a la muerte indolora cuando los parásitos que son sus
políticos la hayan dejado exangüe.
Los españoles
que conocimos los tiempos en los que los piojos eran los políticos individuales
de los ciudadanos aprendimos que los picores de cabeza se acababan cuando,
rapado todo el pelo, se sometía la calvicie a una friega generosa de zotal para
matar hasta las liendres, los fetos de los piojos.
Si los
políticos son los piojos de ésta España, ¿habría que matarlos a todos con
zotal?
No
necesariamente porque hay procedimientos profilácticos para evitar que los
piojos de la política proliferen.
Uno de ellos es
que cada individuo esté capacitado para resolver sus propios problemas sin la
intromisión de un gobierno que le solucione todas sus necesidades.
Otra, que solo
un español mande en España, como mandaba en España El Caudillo hasta que se
murió.
Porque a Franco,
propietario y amo de toda España, no se le hubiera ocurrido robar parte de
ella.
Ni el más
pendejo, y Franco no lo era, cae en la tentación de robar una parte del todo
que le pertenece.
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