Vamos muchos
por la vida como petrimetres de chaqué blanco, nardo en la solapa y bastón de
mimbre con empuñadura de obsidiana paseando por un lupanar.
Observando la
mierda y afeándola mentalmente pero siempre atentos para que, en cuanto el
momento sea propicio, nos enmerdemos sin que se note.
Eso, más o
menos, es lo que ocurre en España con la política. Se cargaron a don Niceto
Alcalá Zamora porque un extranjero le había regalado un reloj de oro a su
sobrino.
Después de eso
vino la guerra civil que costó a España más que todos los relojes de oro
fabricados hasta entonces y desde entonces.
Y, como la
historia es un permanente volver a empezar, en las mismas andamos: cargarnos el
ten con ten en que los españoles han invertido 50 años, para que a otro don
Niceto llamado Mariano Rajoy le quiten el cargo porque sus innumerables
sobrinos políticos se llevan el santo y la limosna, todo el parné al alcance de
sus cargos.
¿Son Rajoy y su
partido los únicos que en España se quedan con lo que no es suyo?
Ojalá así fuera.
Lo que ocurre
es que para ser descuidero, que es como los policías buenos nos llaman a los
carteristas malos, hay que tener mucho cuidado para que no te trinquen.
Y es evidente
de toda evidencia que los carteristas de la banda de Rajoy son más torpes que
los de las otras bandas conocidas también por partidos políticos.
Todos sabemos
por las películas que las más eficaces bandas de malhechores son las que más
eficazmente están capitaneadas.
Y Rajoy, que manda tanto en sus carteristas
como en los agentes de la brigadilla de la guardia civil encargados de su
enchironamiento, cuida más a los segundos que a los primeros.
Mientras mande
Rajoy, ¿para qué necesitan mandar los jefes de las bandas rivales, los
mandamases de los partidos que se le oponen?
Ninguno de los
jefes de banda que le disputan el mando a Rajoy podrá encarcelar nunca a tantos partidarios de
Rajoy como el actual presidente del Gobierno y del PP está metiendo en la
cárcel.
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