En aquellos
tiempos idos en los que uno se ganaba el caviar de cada día contándoles a los
lectores lo que no sabían y por no saberlo
no les interesaba, los del oficio teníamos una lupa virtual llamada
“observadores”, que miraban por nosotros para ver únicamente lo que nos
interesaba que vieran.
Aquellos
auxiliares imprescindibles para informar siguen siendo indispensables para
opinar.
Y como ahora
opino sin informar, he vuelto a meter en nómina a los observadores.
Un suponer:
dicen que en esa Venezuela en la que sus ciudadanos se quitan el hambre a
guantazos por culpa del peculiar Maduro, fruta en sazón de aquel pintoresco
Chaves, los manifestantes lanzaron huevos contra la policía madurista para
protestar contra la escasez de alimentos.
Una de dos: o
los huevos que lanzaron abundan en
Venezuela tanto como escasean las piedras, o los venezolanos comen piedras en
vez de huevos.
¿A qué
descerebrado se le ocurriría tirar alimentos como los huevos que se comen, en
lugar de piedras que no se comen?
Uno, que en su
peripatética juventud también anduvo por Venezuela, recuerda aquél país como
una de las tierras que más favoreció el Creador cuando inventó el mundo.
Hubiera podido
producir todo lo que el hombre necesita no para comer, sino para comer tanto y
tan sabroso que todos podrían haber sido ricos Epulones y no pobres Lázaros.
Pues me
encontré en aquella Venezuela unos pocos epulones y unos muchos lázaros que
todo lo poco o mucho que comían les llegaba desde países menos ricos que
Venezuela, y que los venezolanos
compraban con el dinero que obtenían al vender su petróleo, que no se come.
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