Una de las
muchas definiciones del ser humano es la de animal que piensa.
Como además
tiene la rara capacidad de expresar sus pensamientos, una observación atenta
del hombre te induce a definirlo como animal que se queja.
¿Y de qué se
queja, mayormente, el ser humano que
además sea español?
De que el
gobierno no les resuelve sus problemas personales.
¿Puede el
gobierno remediar a todos los que gobierne, si uno de ellos se queja de que es
la conducta de otro de los gobernados la que lo que lo incomoda?
¿Y si fuera una
decisión del propio gobierno la que irritara a todos?
Ante la
evidente incapacidad de que esa entelequia que es el gobierno de todos sirva para
satisfacer demandas encontradas, ¿para qué sirve un gobierno?
Para amagar y
no dar, como los boxeadores practican sus fintas, para engrupir a los boludos
Para que no se
líen a tortas los dos enfrentados para arreglar sus discrepancias porque
confían en no tener que solucionar los conflictos que los encocoran, ya que se
los resolverá el gobierno.
Eso, que se
puede aplicar a cualquier clase de gobierno democrático, dictatorial o
patriarcal en el primero de ellos tiene consecuencias parecidas a las que experimenta
un paciente cuando le aplican un analgésico opiáceo para inhibirle el dolor.
Y, si el
gobierno no sirve para resolver satisfactoriamente las quejas enfrentadas de
dos ciudadanos, ¿para qué necesitamos gobiernos?
Para calmar los
ánimos de los dos quejosos, y darle tiempo al tiempo para que un problema mayor
haga que se olvide el inicial.
Y mientras el
tiempo resuelve o difiere la solución que se les pidió, los gobernantes mandan,
cobran por mandar y salen en la televisión, el orgasmo, el éxtasis, el non plus
ultra de las aspiraciones ciudadanas.
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