¿Y si el buitre
voraz de ceño torvo fuera realmente un manso cordero de piedad transido?
¿Y si el que se
empecina en asustar ansíara realmente espantar sus miedos?
Es la duda que
me corroe cada vez que presencio cómo el diputado Rufian dice lo que dice y lo
dice como lo dice: porque realmente ansía que lo libren de la cruz en la que
está clavado y no porque quiera clavar a los demás en sus propias cruces.
¿No son
clamores desesperados para que lo quieran los que cree que lo aborrecen?
Alma sangrante
de dolor debe ser el alma de Rufián: supura el pus del odio porque necesita las
caricias del amor.
Pobre, infeliz
Rufián: teme que lo odien todos los que no lo abrazan.
Lo angustia más
ser ignorado que despreciado.
Necesita salir
de su insignificancia para entrar en la notoriedad.
Aunque, para
eso, tenga que disimular una condición que se concilie con su apellido, por
mucho que desentone de sus anhelos.
Y es que el
diputado Rufián hace lo que hace y dice todo lo que dice para llamar la
atención y singularizar su mismidad.
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