Hay
malintencionados que critican a los sevillanos por dedicar 51 de las 52 semanas
que tiene el año a planear la feria y, la restante, a beber manzanilla y bailar
sevillanas en la Feria.
Y eso es un
infundio porque si algo extasía y desvela a los sevillanos que de verdad lo son
es la semana santa.
(Lo descubrió
el cronista una fría mañana de diciembre cuando su hermano, que residía y
todavía reside en Sevilla, le señaló con la barbilla una apretada pandilla de
mozallones arremolinada frente al escaparate de una tienda de televisores).
--¿Discuten de
fútbol?
Se sonrió
compasivamente de mi pregunta y me animó a acercarnos.
Comentaban los
aciertos y errores del ensayo de un paso procesional de semana santa con tanta
pasión como si, en la Sevilla de pandereta de unos años antes, discreparan de
las faenas de Pepe Luis Vasquez y Gitanillo de Triana.
¿Qué hacen los
jóvenes sevillanos ejecutivos de empresas de marketing que marcan la tendencia
en gustos y aficiones a los sevillanos de hoy?
Se arranchan con
sus esposas o parejas en amplios apartamentos de un barrio bien, con vistas a
calles por las que pasen los pasos semanasanteros camino de la catedral, para
opinar y discutir sobre lo separada que va la cruz de guia del resto del cortejo o sobre el acierto en el cambio
de faroles en el paso de la Virgen del Pelo Suelto.
Y sintiéndose
afortunados porque otros, a los que le gustaría vivir con su mismo fervor la
Semana Santa, no pueden hacerlo.
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