Cuando alguien
se percata de que no hace nada, puede:
a) Sentirse
satisfecho y seguir perpetuamente como ha venido estando, o
b) hacer algo
para estar mejor que cuando, sin la tentación de mejorar, estaba bien.
A los
primeros, en esta ciencia alquímica que es la política, se les conoce por
conservadores.
De los
segundos se dice que son progresistas que, si intentan cambiar todo de golpe,
ascienden a la categoría de revolucionarios.
(Los que no
son ni lo uno ni lo otro porque solo cambian lo que se ha demostrado en la
practica que lo nuevo es mejor que lo antiguo, se merecen que se les conozca
por sabios, gente de talento).
Aquel sabio
que se admiró de que otro más pobre recogía las hierbas que él había
despreciado personifica el ideal político: calificar lo que es bueno o malo
solo en términos relativos al punto de partida.
Habría
coincidencia en el juicio: ayer fue peor que hoy por lo mismo por lo que mañana
será mejor que hoy, (hecha abstracción del handicap progresivo del peso de la
edad, naturalmente).
¿Y no es bueno
y esperanzador que en cada época haya individuos que quieran acelerar la
historia para que el bienestar previsible del futuro sea presente cuanto antes
mejor?
Pero con
cuidadito porque acelerar excesivamente el motor puede griparlo, con el
desenlace de que, por ir demasiado deprisa, haya que reiniciar la marcha en
alpargatas.
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