Hay que
encontrar la fórmula mágica que ponga fin de una vez por todas al mal
endémico de España: el guerracivilismo dialéctico o armado de los españoles.
Como la mancha
de una mora con otra verde se quita, hay que descubrir o inventar un enemigo
exterior cuya derrota sea prioritaria a la de acabar con el adversario
interior.
En concreto:
hay que convencer a los españoles de que algún pueblo lejano es un enemigo contra
el que luchar y derrotar antes de hacer frente al enemigo interior, los otros
españoles.
Encontrar esa aguja
en el inmenso pajar que es el mundo es el primer paso.
Debe ser un
país que:
a) Esté lo más
alejado posible de España
b) Sea
manifiestamente más débil que España.
c) Sus
ejércitos tengan que derrotar al mayor número posible de ejércitos que se le
interpongan antes de llegar a la frontera española.
Si no fuera
porque tienen armas nucleares de las que España carece, Corea del Norte
cumpliría todos los requisitos.
Descartada
Corea, Nepal sería un enemigo aceptable al que los españoles declaren la
guerra.
En su ruta
hacia España, el ejército nepalí tendria que atravesar y derrotar a los
ejércitos de Afganistán, Irán, e Irak, desde donde tendría que decidir si tirar
para el norte y encontrarse con Rumanía, Bulgaria, Hungría, algunas de las antiguas
republicas yugoslavas y, sobre todo, Italia y Francia.
Cuando por fin
llegaran a la frontera noreste de España por Cataluña, si consiguieran llegar, la
Generalitat los internaría a mesa puesta hasta que aprendieran su lengua
provenzal.
Peor les iría
si desde Irak toman la ruta que los llevaría a Egipto, Libia, Túnez, Argelia y
Marruecos para toparse con el Estrecho de Gibraltar.
Los nepalíes,
que están acostumbrados al yak como animal de carga y transporte, ¿cuánto
tiempo tardarían, si lo consiguieran, en dominar la técnica de las pateras para
saltar a España?.
Conclusión:
para librarnos de las disensiones y guerras internas, los españoles deben
declararle la guerra a Nepal.
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