Ese bolso que se parece a los de
Louis Vuitton, y que las señoras de mi pueblo compran en el mercadillo de los
martes por cuatro euros. es un sucedáneo del que les costaría cuatro mil euros
si se hubiera tratado del original.
China, con sucursales en todos
los barrios de todos los pueblo y ciudades del mundo, es la nación reina de los
sucedáneos.
Pero ex a quo, que traducido al
castellano quiere decir “casi igual o al mismo nivel”, España ocupa un honroso
segundo lugar, pisándole a China los talones.
Uno de los pocos españoles
genuinos y no sucedáneo de extranjeros dignos de ser imitados, fue Don Miguel de Unamuno que, de manera hidalga
y caballeresca concedió a los extranjeros: “que inventen ellos”
Y en eso estamos con entusiasmo
también calcado, seguramente de los japoneses: imitando todo lo que venga de
fuera, sirva o no sirva para los españoles.
En la España que cuando mejor
estuvo gobernada fue cuando la ley la imponían las partidas de bandoleros,
ahora imponen sus leyes los partidos y, como no es el mismo partido el que
manda siempre ni en todas partes, estamos todos más liados que un dedo vendado:
¿Cómo podemos anticipar qué
partido va a mandar en el futuro para saber si nos conviene seguir afiliados al
mismo, o apuntarnos al que vaya a ganar para que ya seamos camisas viejas de
los que manden?
En menudo lío se metieron (nos
metimos) los españoles cuando se murió el que mandaba y cuya muerte, una vez
convencidos de que ya no estaba vivo, tanto celebramos.
Un lio tan gordo, tan enrevesado,
que hay momentos en los que ahora añoramos aquellos tiempos en los que sabíamos
quien mandaba hoy y mañana: el mismo que ya mandaba ayer.
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