Ese iluso
contumaz que es el hombre que aparenta ser hombre, la mujer que aparenta ser
mujer, los que sienten como hombres y aparentemente son mujeres, y los que
sienten como mujeres y aparentemente son hombres, coinciden en que el futuro
será diferente del presente.
¿Por qué?
¿Porque se
adaptará cada uno de ellos a lo que los diferencia de los demás o porque los
demás se adaptarán a la forma de ser de ellos?
Más lógico
sería lo primero, pero más cómodo lo segundo.
Pero, como el
que se siente diferente de la mayoría está convencido de que los raros son los
demás y ellos los normales, se echan una revolución para que los otros hagan,
digan y piensen lo que ellos piensan digan y hagan.
Algo así está
pasando con ese alumno permanente de su mujer, que es el nuevo presidente de
Francia.
Mire usted que
Francia está lejos de España…
Pues no hay
español—individuo arregostado a que otros solucionen sus problemas
personales—que no confíe en que el Presidente francés Macrón le resuelva los
contratiempos que como español lo agobian.
¿Y eso cómo se
arregla?
Malamente.
Porque cuando
medio mundo de entonces llegó a la conclusión de que cada uno debe
responsabilizarse de resolver el principal desafío de entonces, la salvación
de su propia alma, los españoles cedieron esa tarea personal a la jerarquía
eclesiástica.
El que obedece
y no decide por si mismo nunca se equivoca.
Lo hace el que
decida por él y al que sufre las consecuencias le queda el consuelo de
protestar y culpar al que voluntariamente obedeció.
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