En
sus tres mi años y pico de historia, dos frases
han revolucionado España y la cambiaron no se sabe para mejor o para
peor.
Por
orden cronológico la primera fue “España es diferente”, atribuida a alguno de los cerebros
grises de Manuel Fraga.
La
derivada por la aplicación práctica de esa aseveración teórica fue
particularmente oportuna: la gente de fuera de España ya acusaban el proceso de
igualitarismo en el consumo y añoraban los perdidos tiempos en los que todos
eran distintos porque eran diferentes entre sí.
El
“Viva la diferencia” de Fraga era el anuncio que los ricos y orondos del mundo
entero esperaban para contrastar favorablemente su forma de vida con las de los
españoles, que tenían que escoger entre pan blanco o pan moreno sobre el que
cortar la loncha de tocino blanco o veteado.
Lo
que desde entonces ocurre es historia: vienen cada año tantos o más extranjeros
que españoles hay en España y, de los cuartos que aquí se dejan buscando la
diferencia, los españoles viven cada vez de forma más parecida a la de los
extranjeros.
Seguramente
animado por el mimetismo característico de los españoles, un revolucionario
social como es el descamisado Pablo Iglesias ha planteado otro slogan, cuya
sanción por el Congreso de los Diputados espera:
¿”Estás
de acuerdo con el uso delictivo del Estado”? ha preguntado a sus secuaces,
preparando los ánimos para la moción de censura que dice que va a presentar
contra el gobierno de sus enemigos del Partido Popular?
Y,
claro, como no podría ser menos, el NO será abrumador, absoluto, implacable.
Pregunta
capciosa.
Porque
ocurre en ésta vida que entre delincuentes y víctimas suele darse una
contradicción radical: mientras los victimarios están convencidos de que obraron
dentro de la ley, a sus víctimas no hay manera de convencerlas de que sus derechos
fueron ilegalmente violados.
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