sábado, 24 de junio de 2017

EL ORGULLO GAY



Como saben los que lo saben, Inglaterra mandaba en el mundo gracias a la superioridad de su armada y Londres, que era la base de su flota mercante, era una ciudad rica pero poco aseada, sobre todo en los aledaños de sus muelles fluviales.
De los barcos que llegaban solían desembarcar marinos, algunos de los cuales llevaban zarcillos en sus orejas.
Eran los que se prestaban a sofocar los ardores venales de los que, a falta de mujeres a bordo, no les hacían ascos a los rudos marineros, sus compañeros en la mar.
Como la costumbre suele generar hábito, nada más desembarcar se topaban con un amplio surtido de ciudadanos embutidos en ropajes llamativos y qur los incitaban con sus provocativas invitaciones afeminadas.
Eran conocidos por el nombre de “gay”, que más o menos se podría traducir por vistoso, elegante o festivo.
Declaraban con sus ropajes y gestos su condición de afeminados de alquiler, listos a remediar urgencias o nostalgias de alta mar.
Mariquitas, al fin y al cabo.
Como de todo lo inglés se contagian los españoles, sobre todo de lo que sería digno de ser rechazado, hay un barrio de Madrid que estos días se asemeja a aquellas callejuelas portuarias de la Londres que era la reina de los mares.
No desembarcan en los muelles del Manzanares ni, muchos de ellos,  tienen que llegar de otros barrios al barrio que los concentra.
Se limitan a mostrar con orgullo lo que en su aspecto y sus gustas los diferencia de los que no son como ellos, quizá para inducirlos a que ingresen en su hermandad.
¿Orgullo?
¿Quién nacido gordo se enorgullece de ser gordo o de ser alto el que por naturaleza lo es?
Si nacieron como ahora son los que se declaran orgullosos de ser vistosos, llamativos o gay, sería como si uno que nació negro se ufanara de seguir siéndolo.
Así que, si llegar a ser gay es motivo para enorgullecerse debe ser porque nació sin serlo y lo consiguió gracias a su sacrificio, su tesón y su esfuerzo.

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