Como hay que aspirar a lo más,
conviene de vez en cuando huir del ambiente plebeyo que nos rodea para echar un
vistazo a la aristocracia, personalizada en la monarquía coronada, de la que la
inglesa es el epítome.
Un suponer, el príncipe Harry de
Inglaterra.
Me entero al leer esta mañana el
“Daily Mirror”, de inclusión obligatoria en la revista de prensa que el que
aspira a estar bien informado debe estudiar, que el Príncipe Harry de
Inglaterra tolera de mala gana su
condición real y añora sus tiempos de libertad como soldado en el campo de
batalla, disfrutando de la férrea disciplina militar.
Confiesa que estuvo tentado de
renunciar a los honores y privilegios que su rango le otorgaban para ser solo
el número de la chapa identificatoria de los soldados, por si hubiera que
determinar quien era el caido en combate.
No lo hizo.
Por amor, como el novio de la
muerte del folletin que es la letra de himno de la legión.
Pero no amor a la novia, que
tantas tenía que era imposible saber cual era la de a de veras.
Tampoco por amor a su madre,
muerta en un accidente de tráfico en París, cuando huía junto a su novio
egipcio de la rehala de periodistas que los acosaban.
Amor a su abuela, la Reina Isabel,
la que mantiene unidos no solo a sus súbditos sino, lo casi imposible, a sus
familiares.
Asi que Harry se confiesa
prisionero del deber a su rango y privado de la libertad de sus anhelos.
Pobre príncipe inmensamente rico
por todos los bienes materiales que los dioses dieron a los hombres, que ha
tenido que renunciar al más ansiado: el de la libertad.
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