El espectáculo
de la moción de censura de Pablo Iglesias contra Mariano Rajoy no sirvió para lo que el censor quería, pero
Pablo Iglesias reafirmó lo que lo empujó a presentarla: su reconcomio.
Es un
sentimiento que, a quien le da rienda suelta como hizo Iglesias, retrata su
animadversión contra el que no es como es el jefe de Podemos , al que le gustaría ser, por lo menos, igual
que Rajoy.
¿Quiere
entonces Pablo Iglesias cambiar su atuendo desaliñado por el severo atavío de
Rajoy?
¿Envidia la
monogamia del Presidente del Gobierno porque quiere y no puede prescindir de la
corte de adoratrices de su serrallo?
No.
Lo que de Rajoy
envidia Iglesias es el poder que tiene el primero y del que carece el segundo.
¿Solo eso
envidia Iglesias?
Por supuesto
que no.
También le
gustaría tener la brillantez oratoria de Rajoy y su capacidad para enjoyarla
con la sorna de la que un estreñido como Iglesias es incapaz.
Y es que el
jefe de Podemos es tozudo y pertinaz en su manía de parecerse a Rajoy.
Y tan torpe que
no aprende lo evidente: que por mucho que su ideario se fundamente en la
falacia de que todos somos iguales, Iglesias no cae de su burro para admitir
que no es igual que Rajoy.
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