Quedamos todavía
algunos antediluvianos de la raza humana irremediablemente condenados a extinguirnos, como pasó con los
dinosaurios cuando un asteroide cayó hace 66 millones de años sobre lo que
ahora es la península de Yucatán.
La subespecie
humana ya casi extinguida es la de los raros individuos que anteponen la
estética a la ética como nutriente y soporte de la vida.
El asteroide que
desencadenó la mutación de la raza humana deshumanizándola de veleidades estéticas
para revestirla de piel exclusivamente práctica cayó sobre el Congreso de los
Diputados Español, que conmemoró el aniversario de las primeras elecciones
democráticas españolas con la ausencia forzada del artífice de la democracia,
el Rey Juan Carlos I.
Y es que a esta
democracia de pacotilla que gracias a su anterior rey sufren los españoles, le
han practicado una lobotomía que le permita recordar lo que conviene y olvidar
lo que la incomode.
Pero algo debió
salir mal en esa intervención quirúrgica o, quizás, demasiado bien.
Porque su
resultado permite tener siempre presente una guerra civil que empezó antes de
que Juan Carlos naciera, para recuperarla a partir de que el ya rey se fuera a
cazar elefantes y otras piezas con habitat en las alcobas.
Y el rey que es
rey porque su padre le cedió el trono, ¿qué dice?
Felipe VI calla y otorga.
El hijo de su
padre que hoy reina única y exclusivamente porque heredó el trono de su padre
ha aprendido a nadar a favor de la corriente, como el camarón.
El desaire que
ayer sufrió el Rey Juan Carlos es su, por ahora, último servicio a la Corona
que hoy ciñe su hijo, un hombre práctico para el que la estética es, más que un
lujo, un estorbo.
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