Si no son
miles, son millones las definiciones que han pretendido explicar qué es poder.
Nadie se pone
de acuerdo, porque esa capacidad que el hombre tiene para hacer lo que le da la
gana la fragmentan: poder comer, poder irse de vacaciones, poder legislativo,
poder defraudar a hacienda…
Y es que
cuando al poder se le ponen límites pasa a ser un quiero y no puedo.
¿Tiene límites
el poder? Solo el que se autoimponga el que lo ejerza porque, si cede parte de
su poder por presión de los obligados a obedecerlo, más temprano que tarde
obedecerá a los que antes lo obedecían.
¿Tiene límites
éticos la defensa del poder, como pretenden los obligados a obedecer?
No. Si el
poder se fragmenta acaba desmoronándose como un terrón de tierra seca.
Pero, poder
absoluto es tiranía.
Pues apliquemos
la recomendación del Padre Juan de Mariana en su “de rege et regis institutione”
un texto en el que proclamaba que “no hay sacrificio más grato a Dios que el de
la muerte de un tirano”.
Hay que
aclarar, naturalmente, que no llamaba tirano al Rey de España que lo
subvencionaba sino al de Francia que se las tenía juradas a su colega español.
Del Padre
Mariana a estos tiempos en los que vivimos ahora han pasado siglos, y se nota.
A los tiranos
de ahora no hay que matarlos, sino dejarlos de votar.
Gracias a eso,
en la democracia no hay tiranos sino presidentes de gobierno que, casi siempre,
son la misma cosa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario